27 de febrero de 2020

Belgrano y Rosario, cómplices en una osadía: dar a la Revolución su bandera

Por qué el prócer eligió la ciudad para un acto que implicó un decidido compromiso político suyo y también del pueblo que lo acompañó

Manuel Belgrano debería haber izado en Rosario, aquel 27 de febrero de 1812, una bandera con los colores rojo y amarillo de la Corona española, tal como se seguía usando en el fuerte de Buenos Aires, o no izar bandera. Tal era la postura de sus superiores, las autoridades del Triunvirato. Pero echar a flamear al tope del improvisado mástil nada menos que el color “blanco y celeste”, no podía considerarse otra cosa, en la opinión del gobierno porteño que una “extralimitación” preocupante por sus posibles derivaciones.

Belgrano, investido con el grado de coronel, era abogado y conocía los reglamentos usuales en vigencia que indicaban que al término de la construcción de un emplazamiento artillado con cañones se debía emplazar un mástil con una bandera que identificara su mando. En aquel entonces se seguía usando la de los soberanos españoles de acuerdo a la política del cambio gradual, ganando tiempo detrás de la “máscara de Fernando VII”.

Advirtiendo el joven Manuel dicha situación, que en la inauguración de la Batería “Libertad”, el 27 de febrero de 1812, debía dejarse emplazada una bandera, decidió con astucia y coraje reemplazar los colores de la Corona por la de los colores de la Revolución: el blanco y celeste.

Desde el 25 de Mayo de 1810 los jóvenes más decididos por la causa de la emancipación usaban cintillos blancos y celestes. La Junta Grande, que siguió a la Primera Junta y antecedió al Triunvirato, llegó a arrestar a quien las usara por considerar que de esa manera se desafiaba su autoridad. 

Actitud revolucionaria

Una actitud tan decididamente revolucionaria que en aquel entonces no dio margen a la duda contrasta con la irrelevancia que trasunta la ingenua pregunta que aún muchos argentinos del siglo XXI realizan: ¿Es cierto que Belgrano se inspiró en los colores de cielo?

Proyectar la calidez y ternura que los actos escolares asignaron a aquel episodio histórico en el siglo XIX y XX puede haber contribuido a “edulcorar” o “atemperar” la gesta de la creación de la bandera de la revolución. 

El “azul” un ala “del color del cielo” con el que se entona la bellísima “Aurora”, o la “bandera azul y blanca girón del cielo en donde impera el sol”, son un ejemplo de rememoraciones que, siguiendo opiniones en boga en un momento histórico determinado, han contribuido a fomentar dos errores muy comunes: definir como azul a una franja de la bandera y la identificación de sus colores con el bellísimo cielo de nuestra particular geografía.

El 27 de febrero de 1812 no fue una candorosa reunión de mística patria. Ojalá lo hubiera sido. Qué decir de aquella parte del vecindario que seguía añorando el antiguo orden de cosas y que de mala gana entregó dinero y materiales para construir las baterías y víveres para el sostenimiento de las tropas.

Los realistas 

La poderosa escuadra realista era dueña del río Paraná y las tropas venidas de Buenos Aires representaban a un gobierno que había puesto fin a la Junta Grande e iniciado una política centralista que alentaría el surgimiento de lo que sería el unitarismo argentino, con sus consecuencias en vidas y en las asimetrías que continúan afectando el desarrollo armónico de las provincias.

El Triunvirato enviaba una expedición a fortificar el paso fluvial estratégico frente a Rosario, destinando una cantidad de soldados igual o superior a la de la población de la aldea que era de aproximadamente cuatrocientas almas. ¿Era necesario destinar una tropa numerosa o se había optado por alejar de Buenos Aires al Cuerpo de Patricios que por su descontento con el gobierno había protagonizado el denominado “Motín de las Trenzas”?

La experiencia indicaba que los desembarcos realistas derivaban en saqueos. Cuando e. 25 de agosto de 1811 tocó el turno a Rosario el vecindario se vio obligado a acceder a la entrega de víveres para conservar la vida y evitar el incendio de las propiedades.

En febrero de 1812 la protección requerida por los vecinos llegó al costo de ver convertida la población en un cuartel, y cuatrocientas bocas más que alimentar. 

Días de incertidumbre

Eran días de incertidumbre. Los hechos recientes ponían en tela de juicio la capacidad bélica de quienes habían provocado la caída del virrey: el fracaso de la expedición militar comandada por Belgrano a Paraguay; las derrotas de Huaqui y Sipe Sipe, con la consiguiente retirada del Alto Perú; y la derrota naval de la primera flotilla patriota en San Nicolás.

Los que en ese momento detentaban el poder (los partidarios de la revolución iniciada en Buenos Aires) podrían convertirse en los perdedores próximamente. Por eso, la prudencia aconsejaba seguir luciendo los colores “en amarillo y rojo”. 

Quizás Belgrano motivado, por la fe revolucionaria, dio el más valiente de los pasos, el que se toma con plena conciencia de los riesgos.

Tenía algunas cosas a su favor: conocía Rosario, a su gente, –la había visitado en septiembre de 1810 rumbo al Paraguay– y había recibido demostraciones de adhesión.

Era un pueblo alejado de las ciudades portuarias de tradición centenaria, abandonado a su suerte, y quería efectivamente un cambio: ser escuchado e intervenir en la toma de decisiones a favor de su crecimiento

Haciendo uso de su trato respetuoso y de su claridad de miras se ganó el aprecio del vecindario que lo vio llegar en carruaje enfermo pero con el empeño de cumplir su misión.

Un líder revolucionario

Con sus 42 años de edad era uno de los revolucionarios mejores formados para el diseño y ejecución de políticas de Estado en Sudamérica pero anticipó la causa al cargo y podía ser chispa de la revolución donde se lo designara porque el fuego estaba en él. 

Su arribo a Rosario significó para aquellos rosarinos que según Hipólito Vieytes estaban resueltos a “derramar hasta la última gota de sangre en defensa del gobierno patrio”, un motivo de tranquilidad. El ex secretario de la Primera Junta no se comportó como comandante del poblado sino como lo que era: el primero a la hora de los esfuerzos.

Relata Belgrano: “Llegados a la Plaza Mayor se formó en batalla, y habiéndose depositado las banderas en la Casa que me estaba preparada, marchó la tropa al campamento que ya estaba señalado por el Capitán Álvarez en una buena situación cerca del Río, y bajo unos árboles que favorecen mucho por la estación en que nos hallamos. El Pueblo no tiene casas ni galpones para colocar la gente; se ha encontrado una a propósito para parque de las municiones que traemos, y almacén de los vestuarios, y demás útiles del Regimiento”.

 

Unas 400 almas vivían en el caserío de adobe y paja contiguo a la capilla de la Virgen del Rosario, construida del mismo material. 

Al día siguiente de armar el campamento, el 8 de febrero se desató un fuerte temporal y fue arrasado por el viento pampero que le siguió. Belgrano le escribió a Rivadavia diciéndole que esas tiendas eran “malas para el calor, para el agua y para el río”. 

No se sabe en función a la documentación existente si Belgrano se alojó en una de esas tiendas del campamento o en una de las más “confortables” propiedades, la de Catalina Echevarría de Vidal –hermana de su gran amigo, y presidente del Superior Tribunal de Justicia del gobierno patrio, el rosarino Vicente Anastasio Echevarría–, casada con uno de los hombres más acaudalados de la región. 

La pluma de Juan Alvarez

La pluma del gran historiador Juan Álvarez ilustra vívidamente lo ocurrido en esos días: “Aquella Capilla adormilada del tiempo de los virreyes desapareció; unos a trabajar en la obra; otros, a correr la costa; otros más, a esperar con caballo ensillado al chasqui del sur que adelantara la noticia de estar las temibles velas enemigas a la vista de San Pedro; el resto, a seguir adiestrándose en el manejo de sables, fusiles o lanzas”.

Cuando aún no había finalizado la fortificación de las baterías, se tuvo conocimiento de que una flotilla española zarparía de Montevideo para apoderarse de la Bajada del Paraná (Paraná), y que pronto llegaría a Rosario. Fue entonces que Belgrano creyó llegada la hora de crear una cucarda que distinguiera a las tropas patriotas de las realistas: una “escarapela nacional”.  . 

El 13 de febrero de 1812, desde su campamento de Rosario escribió al Exmo. Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata: “Parece que es llegado el caso de que V.E. se sirva declarar la escarapela nacional que debemos usar, para que no se equivoque con la de nuestros enemigos y no haya ocasiones que puedan sernos de perjuicio, y como por otra parte, observo que hay Cuerpo de Ejército que la llevan diferente, de modo que casi sea una señal de división, cuyas sombras, si es posible, deben alejarse, como V.E. sabe, me tomo la libertad de exigir de V.E la declaratoria que antes expuse. Dios guarde a V.E. muchos años”.

 

El Triunvirato concedió lo peticionado por Belgrano –era indispensable diferenciar las tropas en lucha– determinando por decreto de 18 de febrero: “se haya, reconozca y use la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, declarándose por tal la de dos colores blanco y azul celeste y quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían”.

De esta manera quedaba oficialmente reconocido el primer símbolo patrio, con los colores de la Sociedad Patriótica, que a su vez eran los del escudo de Buenos Aires, del terruño porteño, del uniforme del regimiento “Patricios” que junto a otros cuerpos rechazaron las Invasiones Inglesas, de la patria chica, empeñada en extender la llama revolucionaria y su dominio sobre el resto del territorio del ex virreinato del Río de la Plata. 

Cambio de atributos

 

El cuerpo de Patricios, a quien a manera de castigo, en merma de su orgullosa identidad, el gobierno suprimió uno de sus más queridos atributos distintivos, “las trenzas”, volvía a ser jerarquizado por Belgrano decidiendo que los colores de sus uniformes y las cucardas que adornaban sus tambores pasaran a ser el de las huestes patrias. A partir del 23 de febrero dichas escarapelas se ubicaron en la parte superior del morrión.

Un día antes de dar por cumplida la construcción de la batería “Libertad” que le daría la posibilidad de izar bandera dando cumplimiento al reglamento militar, Belgrano con suspicacia anunció al gobierno lo que estaba dispuesto a realizar: “Las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado, pero ya que V.E. ha determinado la escarapela nacional con que nos distinguimos de ellos, y de todas las Naciones, me atrevo a decir a V.E. que también se distinguen aquellas, y que en estas Baterías no se viese tremolar sino las que V.E. designe”. 

Y como si no fuera poco haberse referido a una enseña que los diferenciara “de todas las naciones”, ya no de los adversarios del momento, lo que con claridad refleja “un proyecto de país” soberano, culminó su misiva con la siguiente exhortación: “Abajo, Señor Excelentísimo, esas señales exteriores que para nada nos han servido, y que parece que aun no hemos roto las cadenas de la esclavitud”. 

En dicha nota, mencionó la escarapela pero se reservó de indicar expresamente los colores del emblema. Es erróneo entender esta actitud como el reflejo de un hombre vacilante a quien no dudó de enfrentarse cara a cara con el virrey para exigirle que dejara el cargo, derivando así en el glorioso 25 de Mayo de 1810.

Al día siguiente, consumada su osadía de “enarbolar la revolución” antes de que volviera el chasqui con la respuesta a su carta del 26 de febrero, de puño y letra informó al gobierno: “Exmo. Señor. En este momento que son las seis y media de la tarde se ha hecho salva en la Batería de la Independencia y queda con la dotación competente para los tres cañones que se han colocado, las municiones y la guarnición. He dispuesto para entusiasmo de las tropas y estos habitantes, que se formen todas aquellas y las hablé en los términos que acompaño. Siendo preciso enarbolar Bandera y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de V.E.”.

El autor escribió y refrendó para sus superiores y para la posteridad que los colores de la bandera fueron conformes a la “escarapela nacional”. ¡¡¡Qué diría nuestro querido prócer ante el empeño de atribuirle una inspiración que podría ser poética pero nada más alejada de la realidad. No se trataba del cielo sino de la Revolución, el cambio, la lucha, que clamaba bandera!!!

Vocación emancipadora

La proclama de Belgrano revela con claridad la vocación emancipadora de su creador, y que su bandera trascendía la condición de distintivo militar.

Exclamó: “Soldados de la Patria: en este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro Exmo. Gobierno: en aquél, la batería Independencia, nuestras armas aumentarán las suyas; juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores y la América del Sud será el templo de la Independencia, de la unión y de la libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo: ¡Viva la Patria!”.

Los vítores de la tropa y la población, seguida del estruendo de los cañones, quebró el silencio, retumbando por la Pampa y el río Paraná.

No se encuentra documentada la cantidad y disposición de las franjas de la Bandera, pero la hipótesis más fundada es que la misma constó de dos fajas horizontales e iguales, blanca la superior y celeste la de abajo, conforme a los colores de la escarapela decretada por el Triunvirato; que de acuerdo con registros pictóricos fue redonda, de fondo blanco y centro celeste. (Ver trabajos de Mario Golman y Miguel Carrillo Bascary, y documentos del Instituto Nacional Belgraniano).

Formato y tamaño

En cuanto al formato y tamaño de la bandera izada en Rosario, caben dos posibilidades: que fuera cuadrada o rectangular. Las ordenanzas del ejército de la época fijaban la primera para los cuerpos terrestres y la segunda para las plazas marítimas, castillos y defensa de las costas. Suscribimos la afirmación de Golman, que se trató de este último formato.

Se conoce por el estudio realizado por Eudoro y Gabriel Carrasco en 1897 que la bandera “inventada por Belgrano” había sido “enarbolada por primera vez “en el paraje comprendido entre las calles Santa Fe y Córdoba, en su prolongación hasta el agua, sitio en que actualmente se encuentra la plaza Brown (donde se levantó el Monumento Nacional a la Bandera), la casa conocida por Ignacio Comas, la fábrica del gas (la actual plaza de la coronación, y la sede del actual Concejo Municipal) y las calles que ellas circundan”. 

En los óleos conmemorativos del acto del 27 de Febrero sobresalen dos elementos claves. La creación y su creador. La bandera celeste y blanca izada en un mástil de madera y el coronel Manuel Belgrano, montado en un caballo, que algunos óleos recuerdan de pelaje blanco o de distintos colores. 

Siguiéndose con la narración que hiciera Bartolomé Mitre a mediados de siglo XIX, la iconografía ilustró un hermoso atardecer rosarino de verano, con el sol poniéndose al oeste y sus rayos ponderando los colores y formas, de la naturaleza, hombres y mujeres. El verde de las islas, el marrón del río, el celeste del cielo, y una bandera blanca y celeste en lo alto. Diversos colores de uniformes, la mejor vestimenta de las familias con mayores recursos, y las pilchas gauchas de los paisanos. 

La tropa que participó del 27 de Febrero estaba compuesta principalmente por el Batallón Nº5 de Infantería (ex Cuerpo de “Patricios” de Buenos Aires). También formaban efectivos del Batallón de Pardos y Morenos, del Regimiento de Dragones de la Patria y Granaderos de Fernando VII, y un piquete de artillería.

En un extremo se situaron los milicianos del Rosario, un nutrido grupo de paisanos de a caballo.

Como se señaló, en la aldea vivían unas 400 almas, agrupadas en unas ochenta familias, cada una compuesta de numerosos integrantes, padres, hijos, abuelos, primos y personal de servicio. 

Los rosarinos

Una de las personas más influyentes del poblado era el cura de la aldea, el doctor Julián Navarro, condiscípulo en Buenos Aires de Mariano Moreno y otros patriotas. Se sostiene que el 27 de febrero pronunció la fórmula ritual de la bendición acostumbrada en aquel entonces, implorando a Dios protección.

Según la tradición oral Belgrano llamó a don Cosme Maciel, regidor del Cabildo de Santa Fe, por ser la autoridad política de mayor rango, para ser el primero en izar la bandera. Había nacido en la capital provincial en 1784 y pertenecía a una familia criolla de abolengo. Un nieto suyo alcanzaría el cargo de intendente de Rosario y sería uno de los más decididos hacedores de un Monumento a la Bandera: Luis Lamas.

Catalina Echevarría de Vidal, a sus treinta años, era una de las principales señoras del poblado. Integra la trilogía de personajes que la tradición adjudica participación directa en el acto del 27 de febrero, junto a Navarro y Maciel, y por ende es la única protagonista de ellos nacida en Rosario. Sus padres fueron Tomasa de Acevedo y Fermín de Echevarría. Su hermano Vicente Anastasio, fue el rosarino que participó en el Cabildo Abierto de 1810 que derrocó al virrey, funcionario del primer gobierno patrio, y amigo dilecto de Belgrano. 

A través de doña Catalina se recuerda a las cientos de mujeres que durante esos días cooperaron con la causa de Belgrano, el aprovisionamiento de las tropas y la confección de las escarapelas y la bandera.

La creación de la Bandera en Rosario no fue casual como hemos explicado. Belgrano encontró en sus amigos rosarinos y en un amplio sector del poblado la mayor colaboración que pudieron otorgarle.

Nuestros conciudadanos de aquel entonces, con una valentía admirable en semejante coyuntura de guerra, junto al prócer juraron ante la nueva enseña a luchar por la libertad y la independencia americana, remplazando por primera vez en la región del Río de la Plata un símbolo que, al decir del propio don Manuel, representaba la esclavitud y la imposibilidad de desarrollo.

*El autor es Investigador del Conicet-Miembro de la Academia Nacional de la Historia y del Instituto Nacional Belgraniano. 

 

 

Fuente: Rosario3