8 de junio de 2020

Es la historia, otra vez: Rosario contiene el virus por lo que hace con lo que hizo

La ciudad registra sólo una muerte y el contagio está controlado. El plan estatal arrancó a fines de los '80. El rol de las organizaciones sociales.

Este “nuevo” coronavirus es eso: último hijo, impredecible, de una familia conocida. No hay manual ni experiencia en qué hurgar para contenerlo. La diferencia, quizás, haya que buscarla entonces en otra historia: la que explica dónde, por lo hecho antes, sociedad y Estado se paran en este 2020 para minimizar los daños de la pandemia y darle tiempo al diseño de una cura o una terapia. El resto es qué se hace con esa construcción colectiva previa. Rosario es un caso de referencia. Registra un solo fallecido por covid-19 al momento de escribir esto, un diplomático extranjero que se infectó fuera del país. Y muestra la famosa curva de contagios otra vez horizontal pese a la flexibilización paulatina de la cuarentena y el aumento de los testeos.

La ciudad puso como prioridad la salud pública desde los tiempos en que era intendente el entonces socialista Héctor Cavallero, cuando terminaba la década de 1980. Arrancó ahí, seis años después de recuperada la democracia y con el luego jefe comunal y gobernador santafesino Hermes Binner como secretario del área, una política pública que continúa hasta hoy. Con diferentes sesgos, empeños y varias contradicciones, pero en la misma dirección.

Pararse sobre ese activo le permitió a la actual gestión local, junto a parte del tejido social organizado y los otros niveles del Estado, enfrentar la emergencia por el virus en mejores condiciones que otros grandes centros urbanos. La inversión pública, tantas veces descalificada como gasto, demuestra una vez más lo barata que resulta si, en vez de poner el foco en la planilla Excel, los resultados se miden por el cuidado de vidas humanas.

Son seis hospitales municipales y 50 centros de salud barriales los que pudieron ser reacondicionados para la pandemia porque ya tenían infraestructura, personal, presupuesto y experiencia acumulada. A ellos se agregó el Hospital Provincial asentado en la ciudad.

El despliegue no es sólo del aparato estatal. Unas 1500 entidades sociales con arraigo, conocimiento y legitimidad en los territorios fueron contactadas para completar y mejorar las acciones. Organizaciones, parroquias, comedores comunitarios, vecinales, ex combatientes de Malvinas engrosan ese padrón de solidaridad armado entre el municipio, la provincia, la Nación y el Concejo Municipal.

La descentralización administrativa municipal en seis Centros de Distrito es otro pivote histórico sobre el que hoy se puede operar en buena parte de los casi 180 kilómetros cuadrados de la urbe.

Como otras ciudades, esa extensión contiene barrios periféricos carenciados y asentamientos precarios en los que, hasta el momento, no hubo brotes del nuevo virus. En esos territorios, que por contraposición son los que evidencias las deudas pendientes de las políticas públicas, se incluyen 112 asentamientos. La Municipalidad organizó en ellos un plan de visitas casa por casa para detectar contagios no informados y realizar los tests de diagnóstico que permitan aislar a personas infectadas y sus contactos cercanos.

La singularidad de los brotes con alto potencial de expansión en el barrio porteño 31 y en el Barrio Azul del conurbano bonaerense no se replica en Rosario. Hay diferencias: la densidad poblacional es menor y casi no hay construcciones en altura. Las condiciones de vida están, igualmente, por debajo de los mínimos estándares de dignidad. El municipio creó ahora una línea de emergencia habitacional para la coyuntura. Quedan pendientes las soluciones de fondo: el déficits de viviendas en Rosario, como puso en evidencia el último Censo Nacional, es equiparable a las viviendas deshabitadas. Otro dato de la desigualdad social es ese contraste entre quienes especulan con un techo y los que no lo tienen.

El secretario de Desarrollo Humano y Hábitat de Rosario, Nicolás Gianelloni, destacó el refuerzo de las políticas sociales para la emergencia por fuera de “los bulevares” montado gracias a los 32 centros de convivencia barrial que permiten tener llegada hasta los complicados márgenes de la urbanización. Hay programas para adultos mayores y para jóvenes que se apoyan, otra vez, en iniciativas en marcha antes de que la palabra sars-cov-2 fuera escrita por primera vez en un texto científico.

El plan de emergencia alimentaria para asistir a los sectores más desprotegidos, los que siempre la pasan peor en una crisis, se apoya en el ya existente Banco de Alimentos Rosario, armado público privado que incluye a la Universidad Nacional de Rosario. Gianelloni destaca que llega a cerca de 300 mil vecinas y vecinos de la ciudad con aportes estatales y donaciones privadas.

La asistencia a la población en situación de calle también se facilita por los nueve refugios con los que cuenta la ciudad. Con carencias, pero existentes. Y el cuidado de los adultos mayores, de nuevo, se apoya en la solidaridad. Voluntarios y profesionales contienen a unos 10 mil ciudadanos y ciudadanas que, por edad, están en el indeseado espacio de la “población de riesgo”. Se los asiste con trámites, asistencia psicológica o mandados para reducir su exposición a los contagios.

La enumeración es incompleta. Ayuda a mostrar el cimiento de políticas públicas que le permite a Rosario tener bajo control la emergencia sanitaria y atender, siempre con déficits, sus correlatos sociales. No sucede en un paisaje ideal. La violencia asociada a las economías ilegales, en particular a la del narcomenudeo y su lógica de disputas a fuerza de acciones letales, no se detuvo. Se asienta en telón de fondo de injusticia social. Más de 70 víctimas fatales en lo que va del año lo desnudan. El sesgo diferenciador de la trama urbana rosarina, con las torres de alta gama levantadas en los últimos años sobre la franja de ribera que baña el río Paraná, recorta la desigualdad sobre la periferia en la que la construcción de viviendas, y de ciudad, es deuda. La conectividad de todo el territorio es deficiente, con un sistema de transporte público, estatizado en un 50 por ciento, al que aún no se le encontró la vuelta y mostró su escaso margen de maniobra en esta crisis.

La importancia de la presencia estatal activa en el sistema de salud pública quedó demostrada con la pandemia. En Rosario es especial, también en la Nación. El vaso medio lleno tiene un chorro de esperanza: que esa “mano visible” que sustituye a la invisible del mercado se extienda.

Por las dudas y por el diagnóstico
Con varios días sin nuevos contagios confirmados en Rosario, la ciudad por el momento no precisa gran cantidad de instalaciones críticas para atender enfermos graves de la enfermedad, pero está preparada. La Secretaría de Salud precisó ante la consulta de este medio que el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (Heca) ya cuenta con 30 camas de terapia intensiva, cada una con su respirador mecánico. El Hospital de Niños Víctor J. Vilela tiene 10 camas de terapia y 12 respiradores disponibles. El Roque Sáenz Peña, 7 y 7. La Maternidad Martin suma 16 camas críticas y 8 respiradores. El Centro de Especialidades Médicas Ambulatorias de Rosario, una institución de referencia para la región terminada sobre una estructura de hormigón que se levantaba desnuda en pleno centro, en un predio que se había ganado el irónico mote de “monumento al pozo”, fue uno de los primeros centros autorizados por la Nación para realizar los testeos PCR de covid-19 cuando el Instituto Malbrán porteño decidió federalizarlos.

 

Fuente: Elciudadanoweb.com